22 sept 2014

Materialismo histórico de nuestras vidas (Cómo nace la madurez)

Todos nacemos en el seno de una tribu bárbara que lo desconoce todo y no usa vestiduras. Una tribu que celebra el sabor de la fruta y se enoja cuando el fuego le hace daño. Ahora bien, esa tribu está abocada a la evolución, al descubrimiento de grandes cosas y objetivos en un periodo de tiempo más o menos dilatado.


En muchos casos, ciertos individuos de esa tribu descubren la forma de construir una balsa antes que los demás y se adentran en el agua, con mucha valentía y ningún conocimiento náutico. Al poco tiempo de alejarse de la costa hasta perderla de vista, comprende que no tiene ni idea de a qué lugar le va a llevar la balsa, e intentar volver hacia atrás es difícil cuando no imposible, por lo que decide tumbarse a ver a qué isla le acaban meciendo las olas.

Cuando ese individuo, que ahora emplearemos en primera persona para separarlo de los que interactuarán con el mismo, tú, o sea, yo... Cuando llegas a la isla ves que esos monstruos marinos que veías desde lejos desde tu isla no son tales, sino formas más sofisticadas y perfectas de lo que creías tu invento. Titubeante, remas para seguir el curso de los mismos y acabar desembarcando en el puerto. Un puerto de gente con ropas extrañas y donde abundan maleantes y putas en igual proporción que los comerciantes y marineros, un puerto de piedra y acero, un puerto ruidoso y que te pierde y te obliga a adaptarte.

Tras un periodo de adaptación más o menos largo descubres que ese puerto tan majestuoso a la par que odioso no era otra tribu (a pesar de ser mayor que la tuya de origen), sino sólo una pequeña parte de otra tribu más grande llamada "Ciudad". En la ciudad prosperas, a pocos le importan tus tatuajes tribales o tus ridículos taparrabos, sólo les importa que tengas manos para trabajar. Con el tiempo acabas haciendo trabajos que te provocan menos callos y con las prendas y armas al uso de tu nueva tribu: aunque tus tatuajes te siguen delatando como nuevo miembro de la misma, ya a pocos les parece importante y tú casi has olvidado el olor a caballo que permanentemente te caracterizaba al llegar.

Es entonces cuando te sientes pleno para comerte el mundo y decides embarcarte en el novedoso "vapor" en busca de otros lugares. Recorres tierras lejanas, aprendes y ves que lo más probable es que el mundo te acabe comiendo a ti... Hasta que el deber te reclama. En forma de carta, telegrama o fax, a todos nos llaman tarde o temprano para cumplir con nuestras obligaciones y en este caso, cumplirlas gustosamente. Tras acabar los trámites del correspondiente deber y liquidadas las sociedades heredadas, se abre un mundo inmenso ante ti: el mundo que antes viste te pide y obliga a partes iguales a formar parte de él.

No quieres explorar la jungla, ya viviste algo de aventuras y pese a su diversión, supiste que esa vida era similar a la de tu tribu en su origen (ahora tan evolucionada como la "Ciudad") y que para eso preferías coger tu lanza e irte al monte: no ves diferencia alguna entre las sedas y los taparrabos.

Tampoco quieres vivir a costa de la bolsa de los demás y mucho menos malvivir de la "piedad".
 Sólo te queda una opción, librarte tu futuro de forma propia.

Y así, acabas encerrado en una casa abandonada intentando plantar un huerto. Tan probable es su prosperidad como su muerte y la posterior huida en busca de tierras más fecundas y pobladas, pero sabes que es la mejor opción, la única opción que contemplas.

3 comentarios:

Manuel Gracia-Dueñas dijo...

¿Matando la ilusión?

Pedro Ros dijo...

No sé a qué te refieres con "ilusión", ahora lo único que necesito es un trabajo que me permita formar mi familia...y creer que existe alguno así sí que es soñar despierto xd

Manuel Gracia-Dueñas dijo...

Con ilusión me refiero a contemplar más de una única opción, no una sola porque es la mejor. Hay un puntito de resignación ahí que es quizá inseparable de la madurez.