27 may 2010

Caídas

Después de una derrota, justo después, hay quien muestra sus debilidades más profundas (digo que hay quien porque seguro que hay quien no, pero me centraré en vosotros y en mí, el resto de los mortales). Ante la mínima frustración un niño pequeño responde con una rabieta y con llanto, más adelante, si tenemos la mala (¿mala?) suerte de no tener todo lo que queremos (es decir, nos educan) aprendemos que es mejor evitar los berrinches. Tengo la confusa imagen mental de mi más pequeña niñez en la que cierta persona me hizo ver que el llanto no quita el dolor, ni consigue por ti lo que quieres y, encima, provoca piedad. Ante una derrota reaccionamos con pena, ira y, menos frecuentemente, con indiferencia o motivación. Siempre he tomado como mía una cita de origen múltiple que dice que el tiempo nunca cambia las cosas, sólo lo que hacemos en ese tiempo hace algo. El olvido no cura, sólo pone un apósito a la herida pero cuando este desaparece, la herida es casi tan dolorosa como era. Los más jóvenes tienden por naturaleza a los extremos, los adolescentes usan esos extremos para identificarse, unirse a un grupo y así, gracias a los problemas comunes, olvidar los propios. Yo digo basta, una negativa rotunda ante ese pasotismo enfermizo que ahora azota a todo. Miremos hacia adelante amigos, luchemos por un futuro mejor que el pasado, sólo esa esperanza queda cuando se pierde lo demás.



P.D: no creo haber llorado nunca por nada ni nadie ajeno a mis padres y mi hermano, no desde hace muchísimo tiempo. Se han saltado las lágrimas por un dolor físico y por impotencia, pero no llorar. Al comienzo hablaba de derrotas, derrotas es justamente impotencia, es luchar por algo y no conseguirlo, nadie pierde la lotería si no echa un boleto, quien no intenta no se equivoca, pero quien no hace nada para que lo recuerden, muere antes que cualquier otra persona.

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