Hacía meses que habíamos partido al saqueo. Las naves ya estaban partiendo hacia las costas donde cada año batallábamos (sobre Febrero y Junio) contra enemigos desconocidos.
Fue entonces cuando ocurrió la catástrofe: una tormenta azotaba el mar y nosotros éramos marineros de agua dulce: no quedaba más opción que seguir al resto de la flota con los dedos cruzados.
La decisión fue rápida y poco inteligente: faltaba una nave importante que nunca reflotaría. La batalla no podía menos que ser imposible de ganar: no contábamos con fuerzas ni con moral. La batalla era inevitable: necesitábamos agua para el regreso al norte.
La lógica derrota sirvió para curtir como veteranos a los supervivientes, para dejar de preocuparnos por los amigos caídos en el mar y la batalla con el consuelo de que actuamos como debíamos actuar cuando tuvimos que hacerlo: todos los veteranos han desertado alguna vez o habrían muerto.
Ya hemos vuelto a nuestras felices vidas, con nuestras mujeres, amigos y tesoros, conocedores de que hay batallas que nunca más estaremos dispuestos a librar, convencidos de que la próxima guerra será más fácil, seguros de que haremos lo posible por evitar otra guerra.
Y a pesar de todo, el autoconvencimiento falla. En momentos puntuales, ocasionales, destacados, sí, pero falla. En esos momentos el odio por las atrocidades cometidas en el pasado vuelve y necesitas un puro como buen soldado. Sin embargo, tu experiencia te contiene hasta el próximo día en que te odies por tu traición: tu honor nunca será completo.
Y ya estás cerca del éxito, ya estás en la reserva, ya estás cerca de tener un hogar fijo, ya estás cerca de tener una familia completa y podrás ser feliz, completamente feliz, pero nunca tendrás tu honor satisfecho. El arrepentimiento verdadero es la mejor brújula para próximos viajes.
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Fue entonces cuando ocurrió la catástrofe: una tormenta azotaba el mar y nosotros éramos marineros de agua dulce: no quedaba más opción que seguir al resto de la flota con los dedos cruzados.
La decisión fue rápida y poco inteligente: faltaba una nave importante que nunca reflotaría. La batalla no podía menos que ser imposible de ganar: no contábamos con fuerzas ni con moral. La batalla era inevitable: necesitábamos agua para el regreso al norte.
La lógica derrota sirvió para curtir como veteranos a los supervivientes, para dejar de preocuparnos por los amigos caídos en el mar y la batalla con el consuelo de que actuamos como debíamos actuar cuando tuvimos que hacerlo: todos los veteranos han desertado alguna vez o habrían muerto.
Ya hemos vuelto a nuestras felices vidas, con nuestras mujeres, amigos y tesoros, conocedores de que hay batallas que nunca más estaremos dispuestos a librar, convencidos de que la próxima guerra será más fácil, seguros de que haremos lo posible por evitar otra guerra.
Y a pesar de todo, el autoconvencimiento falla. En momentos puntuales, ocasionales, destacados, sí, pero falla. En esos momentos el odio por las atrocidades cometidas en el pasado vuelve y necesitas un puro como buen soldado. Sin embargo, tu experiencia te contiene hasta el próximo día en que te odies por tu traición: tu honor nunca será completo.
Y ya estás cerca del éxito, ya estás en la reserva, ya estás cerca de tener un hogar fijo, ya estás cerca de tener una familia completa y podrás ser feliz, completamente feliz, pero nunca tendrás tu honor satisfecho. El arrepentimiento verdadero es la mejor brújula para próximos viajes.