9 nov 2010

Sillones (fragmento)

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Pero la conclusión mía, y dispénsenme los señores académicos de verdad (los de mentira que ni se den por aludidos), es que la lingüística no es más que un simple instrumento de la siempre voluble lengua, es decir, que le corresponde a ella adaptarse, y no tratar de encorsetar aquella cosa pura e inescrutable que es la música de las palabras. Por ello, y he aquí mi segunda reflexión, permítanme que escriba sobre sillones. Antes me referí a los académicos de verdad (señores Goytisolo, Vargas Llosa, entre otros). Al discrepar con esos señores, realmente nacen en mí ciertas dudas acerca de mi propio criterio, tamaña es su presencia. Pero, pese a todo, discrepo. Con los que no discrepo, y no lo hago sencillamente porque no merecen mi tiempo y mi esfuerzo, y por tanto directamente ignoro tanto su postura en este aspecto como los motivos a que se debe, son los académicos de mentira. Y ahora toca, y no me tiembla el pulso al hacerlo, definir a los académicos de mentira. No es difícil, un académico de mentira es un señor que no se diferencia de ningún otro hispanohablante en aspecto alguno que le haga merecedor frente éste de un sillón en la real Academia. Y ahora, permitan que mi ferocidad se cebe con un espécimen en concreto, un académico que dice lo siguiente en un artículo, en el que teóricamente se dirige a un alumno, indicándole el trato que debe dispensar a una docente: “Mañana, en clase, dile que no tiene ni puta idea de moros, ni de Historia, ni de lengua española, ni de la madre que la parió. Te quedarás a gusto, desde luego; y las churris te pondrán ojitos por chulo y por malote”. En el mismo artículo dice “en el futuro «todos pasan tarde o temprano por delante de la escopeta» de ajustar cuentas, real o figuradamente”. Huelga decir cómo ese figuradamente suena a políticamente correcto, pero quédense ustedes con el “pasar por delante de la escopeta”, ¿tenemos ante nosotros a un nostálgico de la Cruzada emprendida en el glorioso año de 1936, primero de la Victoria? Se está refiriendo, por si no lo sabían, a una profesora que dijo a su alumno que en lugar de llamar moros a los pobladores de Al-Ándalus contra los que combatieron los reyes católicos, los calificase de andalusíes. ¿Un error? Bueno, tal vez llamarles moros no sea una incorrección pero, señor académico de la lengua española (y ahora me gustaría que se lo imaginasen sentado al lado de don Mario Vargas Llosa o, hace un par de años, de los difuntos Ayala y Delibes), ¿cuánto odio tiene usted dentro que esa señorita merece que la califique de “Imbécil. Tonta del culo, vaya.”? En medio del delicioso artículo, aparece un esclarecedor “excepto que sea político o sea gilipollas (a menudo se trata de un político que además es gilipollas)”. Disculpen lo explícito del vocabulario, pero ocurre que el señor académico se expresa en esos términos. En fin, pienso, se supone que es usted escritor, tenga un poco de imaginación, cualquiera recurre a tópicos (tal vez ocurra que es usted un cualquiera, lo cual apoya mi tesis de que estamos ante un académico de mentira). Sí, si continúan leyendo el artículo verán cómo sustenta su argumento (que no considero erróneo) de que llamar moros a los musulmanes que habitaron la península ibérica durante ochocientos años (y los visigodos, los “reconquistadores”, durante 200 nada más, pero esa es otra cuestión que no tiene que ver con el señor académico) con un lenguaje ciertamente cuidado y una serie de citas históricas. No es ese el problema. El problema es que un señor que fomenta el faltar al respeto a un docente, por muy equivocado que esté, un señor que quisiera ajustar cuentas haciendo que algunos pasaran por delante de la escopeta (porque, cuando dice “real o figuradamente”, no deben ustedes fijarse en cómo el “figuradamente” matiza al “real”, sino en el hecho terrible y alarmante de que admite indistintamente cualquiera de las dos opciones), ocupa un sillón en la real Academia de la Lengua. Pero bueno, seguramente el señor Pérez-Reverte, con tanto odio como parece albergar, si leyera esto pensaría cuán hombre es él y cuán cobarde y poco masculino soy yo al no haber empleado la palabra “mierda” (deduzco, su vocablo predilecto) ni una vez en todo mi artículo. Y, por no quedarme en deuda con él, por pura educación, le respondería que tal vez no me he rebajado porque no he querido hacerlo, mientras que, por lo que puede dilucidarse de sus artículos, lo que le ocurre al señor insigne académico es que no sabe expresarse mejor. A lo mejor por eso lo sientan con Vargas Llosa, a ver si se le pega algo y aprende a escribir de una vez.

De Un mito de patrias
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