A inicios de esta semana leí un pasaje que me resultó muy interesante, aquí está:
“Se puede afirmar que nadie tiene razón para quejarse de este duro destino, porque le acontece solamente a aquellos que han sido aventajados por otros, debido a su inferior energía o a su prudencia. Esto, aun si fuese verdad, resultaría un alivio muy pequeño para el mal. Si algún Nerón o Domiciano exigiese a cien personas que compitiesen en una carrera para salvar sus vidas, bajo la condición de que los cincuenta o veinte que llagaran los últimos serían sentenciados a muerte, no constituiría una disminución de la injusticia que el más fuerte o el más ligero estuvieran seguros de salvarse, excepto en el caso de algún accidente desfavorable. La desdicha y el crimen consistirían en que cualquiera condene a muerte en absoluto.” [JOHN STUART MILL: Capítulos sobre el socialismo y otros escritos, págs. 61, 62, 1ª edición. Madrid, 1979]
He querido mostraros este extracto porque lo considero una de las mejores críticas que he leído al darwinismo social y al individualismo económico; y nada menos que en boca de uno de los grandes del pensamiento clásico.
Pero, aun visto y leído esto, yo me pregunto, ¿hasta qué punto el darwinismo es malo?, ¿hasta qué punto el capitalismo es injusto? Como expone Mill, la desigualdad de los hombres no debe llevar a que los más débiles sean legados al oprobio, la miseria o incluso al hambre y la muerte; y que es injusto, pero ¿es justo lo contrario? Algunas posiciones de izquierda, basándose en Marx, tienen como lema: “A cada uno según sus necesidades, de cada uno según sus capacidades” ¿Esto es justo? ¿Es justo que si habiendo dos operarios y uno produce el doble que el otro, pero este que produce más es soltero y no necesita un gran sueldo, y el otro tiene hijos y, por lo tanto, tiene mayores necesidades, es justo que reciba más el más improductivo por el simple hecho de “necesitar más” (considerando, también, que la necesidad incrementada nació de los deseos de este mismo individuo improductivo)? Sabiendo que la riqueza y los bienes tienen un tope, que no son infinitos y, dada una población tan grande como es la nuestra no hay para todos en condiciones tan buenas como queremos (sólo trato del primer mundo, de las economías desarrolladas, que el tercer mundo es otro tema), ¿no sería, acaso, también de un Nerón o Domiciano coger a cien personas y hacer que corran en una carrera con el alivio de que sólo mataría a los veinte que él considerara al azar, sin importarle en modo alguno ni su fuerza ni su ligereza? ¿Que sólo matara, quizás, a aquellos que él considerara menos necesitados, a quienes carecieran de descendencia o no tuvieran grandes préstamos o deudas que pagar? ¿O que, movido por una infinita bondad, decidiera no matar a nadie y tan sólo les amputara un dedo a cada uno?
Como he dicho, la riqueza es limitada, pero no es un valor independiente, al contrario, es función de los trabajadores, depende directamente de la productividad de la población, por lo tanto, si han de haber personas que reciban menos, han de ser las mismas que contribuyan en menor medida con la sociedad a través de su producción y su productividad. Por ello, cambiaría la frase de Marx por un “a cada cual según su capacidad, de cada uno según su necesidad”. Quien más produzca, que mejor sea recompensado; quien necesite, que produzca y con ello haga un bien a la sociedad a través de su trabajo y que, por ello, sea también gratificado.
Con esto no esto no quiero posicionarme ni con el capitalismo del laissez-faire ni con cualquier otro sistema (el socialismo, por decir alguno), sólo defiendo la meritocracia pues, si tengo que elegir (y esta elección es personal, como lo es toda elección) entre igualitarismo y justicia, escojo la que se define como “dar a cada uno lo que le corresponde” y no la que le da a todos lo mismo; entre otras cosas, y sin pensar en lo que yo considero moral o inmoral, porque ya se demostró en los principios del gobierno estalinista (en los que se tenían sueldos muy igualados, cosa que se hubo de cambiar por cuestiones puramente económicas) y en las colectividades aragonesas anarquistas del pasado siglo, que el ser humano no está hecho para vivir en plena igualdad salarial (según los anarcosindicalistas esto se curará con educación), pero ni siquiera creo que la economía sea sostenible en una sociedad plenamente igualitaria, y esto último lo digo sin hablar de justicia, hablo sólo de eficiencia, de lo que es científico (y no moralmente) bueno.
Y a quien diga: “¡vaya con el liberal que nos ha caído!”, le digo: No es esto liberalismo, a quien lo diga le insto a leer a Fourier, que era anarco-colectivista, pero también creía en el desigualitario, pero justo, reparto de las plusvalías y salarios. Yo no me posiciono, en principio, con nada; y como no estoy con nada, a quien diga algo le rebatiré lo que diga, a menos que esté seguro de que eso que se dice es cierto (cosa difícil). Stuart Mill, tanto en ese párrafo como en el libro entero, se indigna ante la pobreza; y antiguamente era indignante, pero creo que desde la Generación Y (y seguro que desde la Z) la desigualdad está bastante justificada, porque existe una alta movilidad entre clases sociales (si es que las hay todavía) en toda Europa.