19 may 2010

Estadística pura.

La ciudad no descansa. Diréis que sí, pero erráis, no puede parar de digerir.

¿Cuántas caras? ¿Cuántas personas? Es imposible determinar el número de víctimas de la ciudad. Y sin embargo nadie hace nada. Mi diario personal hará las veces de última voluntad, no puedo permitirme pagar un notario. Si algo me ocurriese hoy quiero dejar constancia que la ciudad es la culpable, espero que se abra una investigación, ¡es por el bien de vosotros, no del mío!

Antes paseaba a menudo, iba a los Alcázares a disfrutar del fresco y los pájaros, pero abandoné ese andar fratricida. Explicaré ahora los motivos que me impulsaron dejar este hábito y que me impulsaron a fumar, algo mucho más correcto desde el punto de vista ético.

Espero por el bien de todos que nadie siga estas indicaciones que ahora describo, y todo el mundo cese en el ejercicio de sus funciones de ciudadano, de esclavo de la ciudad:

Caminando sin prisas, sin miedos, sólo por el placer de pasear y observar el mundo, pasear y ver esas escenas que te hacen pensar, reír o llorar, esos rostros que nunca volverás a ver… ¡qué no volverás a ver! La ciudad se traga a esas personas que podrías haber conocido. Sevilla es una ciudad pequeña donde los amigos consiguen salir del estómago de la bestia algunas veces, pero no todos tienen la misma suerte. El mejor amigo que tuviste en otro mundo, tu mejor enemigo, tu amor, tu maestro, a todos ellos los has mandado directamente al clorhídrico civil. La crueldad de las personas no tiene límites pero ellos son meros peones para las ciudades. Soy el culpable de haber encerrado a muchos en sus jaulas, de sacarlos del gran escenario de mi vida, ¡sin siquiera un sencillo casting!, ¿de cuántas vidas me he quedado fuera yo por culpa de un paseo? Comprenderéis mejor ahora mis dos semanas de encierro, no necesito hablar, necesito huir, no quiero acabar paseando y ver mi rostro durante un segundo reflejado en un escaparate, me gusta demasiado mi vida como para quedarme fuera.



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