¡Qué todo el mundo se calle!
Estoy harto de tantas niñerías:
Que sí, que no, que qué querías.
Nunca se habla de lo importante
Del mar, el sol y la nieve,
De tus ojos, tu mirada y tu piel
De cómo el rojo puede saber a miel
De algo que no entiende de muerte
Ojalá que todos vuelvan a ver
Y vean que se han quedado ciegos
Si siguen incapaces de ver lo que veo
Si no pueden pararse a querer.
Nadie se calla, nadie cierra los ojos
demasiado ocupados yendo y viniendo
nerviosos caminantes del infierno
infelices de no ver lo bello del rojo
que calienta sus humildes cuerpos
que arde más que el mejor de los fuegos.
Paralíticos, ciegos y mudos, tampoco oyen
Hay quien llama a sus puertas
Esperanzados, creyendo que les despiertan
Y sólo consiguen ver como sus hombros se encogen.
¡qué todo el mundo se pare!
No sé si bajarme a empujarlo
O dejar que siga rodando
Que ruede sin mí, sin arte.
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Estoy harto de tantas niñerías:
Que sí, que no, que qué querías.
Nunca se habla de lo importante
Del mar, el sol y la nieve,
De tus ojos, tu mirada y tu piel
De cómo el rojo puede saber a miel
De algo que no entiende de muerte
Ojalá que todos vuelvan a ver
Y vean que se han quedado ciegos
Si siguen incapaces de ver lo que veo
Si no pueden pararse a querer.
Nadie se calla, nadie cierra los ojos
demasiado ocupados yendo y viniendo
nerviosos caminantes del infierno
infelices de no ver lo bello del rojo
que calienta sus humildes cuerpos
que arde más que el mejor de los fuegos.
Paralíticos, ciegos y mudos, tampoco oyen
Hay quien llama a sus puertas
Esperanzados, creyendo que les despiertan
Y sólo consiguen ver como sus hombros se encogen.
¡qué todo el mundo se pare!
No sé si bajarme a empujarlo
O dejar que siga rodando
Que ruede sin mí, sin arte.