29 sept 2020

Quien hace de piedras, pan

Muchos de los que cometen las acciones más vergonzosas arguyen las mejores razones. Demócrito, quien, junto con Marco Aurelio, me ha hecho cuestionarme si quizá soy ultramegaconservador.

La mayoría de los problemas de la humanidad han surgido a lo largo de la historia precisamente de la gente que “se cree más lista que la propia realidad”. Nuestro sesgo de ilusión de control nos hace creer que sabemos y controlamos las cosas que pasan a nuestro alrededor. Esta creencia es la responsable de confundir correlación y causalidad, lo cual ha sido adaptativamente genial para saber que fuego implica quemarse, pero que al mismo tiempo nos convierte en perros de Pavlov algo soberbios.

Estos sesgos nos hacen creer que allí donde ha caído un mortero es menos probable que caiga otro, y por tanto es más seguro resguardarse, al tiempo que nos empujan al pensamiento mágico, motivado por aquella ideología que hayamos abrazado como eje central de nuestra identidad.

No hay nada novedoso en esta realidad, hemos encontrado pensamiento mágico a lo largo de la historia: sacrificios animales, oraciones y otros rituales religiosos, los cuales están desapareciendo conforme las religiones clásicas han ido diluyéndose en las religiones sustitutivas modernas (nacionalismo, ecologismo, socialismo, etc.), que son religiones integradoras y compatibles con otras para que colmen nuestros gustos.
 
Dentro de estas creencias místicas hay una de ellas que es especialmente persistente a lo largo de los milenios en muchas culturas: "al alterar la forma de comunicación, se altera la realidad misma que se comunica". Este misticismo podría decirse que es el sumun del pensamiento mágico ya que, por lógica circular y por pensar mediante un lenguaje, los pensamientos se materializan en la realidad. 
Las bases que sustentan el ínfimo porcentaje de realidad tras este pensamiento mágico es que el convencimiento generalizado cambia a la sociedad y por ende las realidades sociales. De este modo, si todo el mundo desdobla gramaticalmente y fueran ciertas las hipótesis sobre la influencia del género gramatical en la percepción de igualdad, entonces estaríamos apoyando la igualdad de sexos al eliminar el género gramatical.
Desgraciadamente, entre otros ejemplos, el farsi carece de género gramatical desde hace mil años, no siendo la sociedad persa especialmente igualitaria, poniendo de manifiesto la falsedad de una creencia sin que ello suponga su desaparición del imaginario colectivo.
Puede que por la relideología que se profese, lo anterior haya resultado una herejía inconcebible, pero sí, se trata a todas luces de pensamiento mágico. 
Expresado el concepto, comienza ahora la herejía principal: las personas no entienden qué es el dinero.

 
El dinero es sólo una forma física de expresión, exactamente como la escritura.

Marx entiende esto, a medias, en el Libro primero, Capítulo III de El Capital. Si hubiera estudiado a la escuela de Salamanca en lugar de a Ricardo, se hubiera ahorrado la humillación de Menger en vida. Para los marxistas racionales os recomiendo La acción humana.


La escritura permite a la sociedad comunicar a lo largo del tiempo mensajes complejos que carecerían de seguridad física sin ella, pero en un mundo analfabeto, se hacía imperativo alguna forma de comunicación para una necesidad muy humana: el intercambio.
El dinero es, exclusivamente, la manera subjetiva y personal de valorar nuestros bienes frente a los de los demás. Es una idea altamente compleja que debe ser expresada y comprendida por igual entre quien realiza el mensaje (posible pagador) y quien lo recibe (posible vendedor), por lo que se han articulado una serie de convencionalismos que, al igual que las lenguas, han ido desarrollándose y diferenciándose a lo largo de los siglos de manera espontánea y descentralizada.
Como hemos dicho antes, cambiar el idioma solo puede tener ciertos efectos si se modifica la mentalidad de los hablantes y, del mismo modo, las “políticas económicas” solo surtirán efectos cuando la sociedad sujeta a las políticas cambie, no por alterar el valor nominal de las cosas.
De este modo, es la economía de mercado esbozada por los economistas liberales clásicos la mejor expresión, jamás observada, de la voluntad popular, donde todo el mundo, individualmente y sin más coacción que sus preferencias y necesidades, valora su esfuerzo y el de los demás mediante intercambio voluntario. ¿Por qué no ha habido esa libertad? Porque desear y clamar muy fuerte por la libertad no hace que la sociedad quiera ser libre y asumir los costes que implica.
De modo simétrico pero orientado hacia la total ausencia de libertad encontramos los autoritarismos leninistas, donde el valor deja de ser realmente “social” en cuanto a la democracia del mercado y pasa a ser “social” en cuanto a un despacho lleno de socialistas, muy listos, que dicen cuánto valen las cosas. En cualquier caso, la realidad se impone. Ya sea mediante el (muy humano) clamor por un amado líder, ya sea mediante el clamor de poder comprar un pollo por lo que cada cual considere.
 
El caso de pensamiento mágico más extremo y extendido en la actualidad es el neokeynesianismo. Habida cuenta de que la sociedad ni es libertaria ni es leninista, las democracias occidentales, siempre eclécticas, optan por la socialdemocracia, cuya esencia más profunda es la creencia en que todo puede y debe ser “democráticamente” regulable por las mayorías de cada tiempo.
Obviamente, la economía es algo y el neokeynesianismo y otras formas de economía más o menos planificada defienden la necesidad de la mayoría de decidir cómo va a funcionar. A pesar de las múltiples ocasiones en las que se ha demostrado que la complejidad del sistema impide la planificación económica, el sesgo de ilusión de control del ser humano es implacable: necesitamos creer que nuestras acciones determinan toda nuestra realidad.
Los políticos de siempre actúan aseverando que sus méritos y deméritos al tomar decisiones son cruciales e inapelables aun cuando toman decisiones basadas en información imperfecta sobre sistemas complejos. Antiguamente se recurría a las tripas de animal para decidir si una guerra era conveniente, ahora recurrimos a un índice para decidir si conviene ampliar la inversión estatal en algo.

Puede que, siendo yo alguien que se dedica a "predecir el futuro con Big Data e IA", resulte extraño que lance un mensaje sobre lo estúpido que es el sesgo de ilusión de control, pero en realidad es porque soy plenamente consciente de qué significa predecir situaciones en sistemas complejos

Si no queremos que el estado controle nuestra libertad de expresión, ¿cómo clamamos para que controlen nuestra expresión del valor del trabajo ajeno?
¡Lo olvidaba! Sí que clamamos para que el estado controle nuestra libertad de expresión.





No hay comentarios: